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Ser empresa es un reto. Ser empresa en un pequeño pueblo es una verdadera hazaña. A los habituales obstáculos con los que se encuentra un emprendedor (obligaciones tributarias, obligaciones sociales, dificultades de financiación, enorme competencia…) se añaden los propios de las zonas rurales, obstáculos que quien emprende en una gran ciudad ni siquiera alcanza a sospechar.

¿Cómo se inicia una andadura empresarial hoy en un lugar en que el acceso a internet es limitado? Parece difícil, ¿verdad? Hoy casi se nos antoja imposible.

¿Cómo se arriesga uno a emprender en un municipio pequeño en el que los cortes de suministro eléctrico forman parte del ecosistema? Cuando se habla de ecosistema en la ciudad, se habla de otra cosa. Es ese conjunto de variantes agregadas que conforman el escenario empresarial de un determinado sector. Pero cuando se habla de ecosistema en una pequeña localidad debe interpretarse como algo diferente, más próximo a la definición originaria de ecosistema, que tiene que ver con una comunidad de seres vivos que comparten un espacio o un medio natural. El ecosistema empresarial rural implica dificultades propias del medio: limitaciones en el acceso a la red, suministro  de servicios deficientes, necesidad evidente de medios de transporte, distancia a los lugares donde se adoptan decisiones en la gran ciudad, dificultad en la negociación para acceder a fuentes de financiación o carencias en el asesoramiento de profesionales de calidad. Cuestiones tan básicas que en la ciudad ni siquiera se llegan a echar de menos, pero que hacen que su ausencia suponga un menoscabo en las posibilidades del emprendedor rural.

Por ello, hay que agradecer a esos locos maravillosos que pelean contra la crisis demográfica, contra la pérdida de población en el medio rural, llevando a cabo ingeniosos proyectos lastrados por la falta de medios, su esfuerzo titánico por mantener vivo un lugar; y no solo por mantenerlo, sino por intentar revitalizarlo, porque su mérito es ingente. Luchan contra los elementos propios de todo emprendedor, y luchan contra los demás elementos, los que corresponden a las carencias del mundo rural.

Sin embargo y, a pesar de su gigantesco esfuerzo no obtienen reconocimiento público; tan solo algunos pocos casos de éxito son premiados como algo excepcional y tristemente residual. Pero no se les concede el apoyo institucional que merecen, es probable porque políticamente no reportan beneficios o porque no generarán nunca el retorno en publicidad que su ingrato trabajo debería producir.

El emprendedor rural, desde el agricultor o el ganadero que innovan, hasta quien apuesta decididamente por la creación de una nueva empresa es un luchador nato; es la persona que se enfrenta diariamente con un reto diferente; es quien genera ideas nuevas día a día, quien elabora estrategias de marketing realmente audaces, quien destruye tópicos y quien genera sinergias entre el microcosmos empresarial de la zona.

Debemos favorecerle, ayudarle, proporcionarle asesoramiento e infraestructuras, si no queremos que esos pequeños pueblos que están atacados por el cáncer de la despoblación, firmen su acta de defunción. Más tardes nos arrepentiremos de ello. Fortalezcamos ese ecosistema. Ayudemos a esos estupendos empresarios a desarrollar sus proyectos. Dediquemos a ellos el tiempo y la atención que merecen y agradezcámosles su esfuerzo e ilusión. Generarán negocio, crearán desarrollo sostenible, fijarán población y mantendrán viva la llama de la esperanza del mantenimiento de esas pequeñas islas de vida diferente que son nuestros pueblos.

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