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El momento en el que nos encontramos nos hace enfrentarnos con una dura realidad: las empresas mueren. Parecemos olvidar que la vida de los negocios es como la vida de los seres vivos. Pasa por fases, como en los humanos, pero raramente nos encontramos con empresas centenarias; algunas las hay, pero son las menos.

Cuando atravesamos por una época de crisis, como la actual, nos llevamos las manos a la cabeza ante la pérdida de parte de nuestro tejido empresarial, pero nadie repara en que la vida de una empresa pasa por diferentes etapas, pero desgraciadamente, el final de la misma sólo puede ser la desaparición. Más tarde o más temprano. Y debemos entender el fin de una empresa como una etapa más en el proceso evolutivo, como ocurre con los seres vivos.

Si hacemos memoria, pocas empresas de más de treinta años recordaremos, al margen de las grandes, de los emporios empresariales y de aquéllas de carácter público. Y en todo caso, todas han afrontado grandes transformaciones. Reflexionemos sobre ello.

A las personas con cincuenta años no se les puede exigir lo mismo que a los jóvenes de veinte, ni lo mismo que a un anciano de ochenta. Si analizamos la vida de las empresas, en su fundación las ilusiones de sus socios son máximas, su apuesta es de futuro, y su interés en desarrollarse es máximo. Con el tiempo, las empresas se expanden, se fusionan, adquieren negocios que les son complementarios y, así, crecen y se reproducen de un modo natural. Pasados unos años, el ciclo alcanza la madurez y, ya sean los conflictos entre los socios, ya sean los problemas de sucesión, o ya sean cuestiones de índole productiva, como en la actualidad la inexistencia de consumo, la situación de las empresas normalmente atraviesa por momentos críticos. En algunos casos, la crisis se transforma en un cambio positivo, en un crecimiento del que se sale fortalecido; y, en otros, la dinámica en la que entra la empresa, produce irremediablemente la agonía y la muerte.

Pero no hay que escandalizarse por ello. Es la realidad de la vida. Sería como lamentarse de que el final de las personas sea la muerte, cuando todos sabemos que llegará. Ocurre que el final de una empresa tiene consecuencias que afectan a terceros y en conseguir minimizar esas consecuencias radica el éxito de que la muerte societaria sea un mero hito en la trayectoria de la misma. Para ello se prevén, con mayor o menor éxito, los oportunos mecanismos legales: la disolución y liquidación en circunstancias óptimas, y la legislación en materia concursal para solucionar los casos en los que la fase más dura de la enfermedad debe ser afrontada con terapias implementadas por profesionales que tratan esos momentos tan especiales. En algunos casos, el especialista logrará atajar la enfermedad, y en otros, lamentablemente la mayoría de los casos, se limitará a permitir un tránsito lo más ordenado posible al más allá.

A mi juicio, este es un tránsito que no debe ser entendido como el final. Porque a diferencia de la muerte de los seres humanos, donde al margen de creencias religiosas, el fallecimiento no tiene un después, la muerte de una empresa sí puede tener un punto y aparte. La empresa puede llegar a su fin, pero sus socios (sus almas en definitiva) pueden y deben verla como una oportunidad de renacer, de volver a crecer, de volver a reproducirse, y consagrarse nuevamente en un proyecto emprendedor, utilizando los conocimientos adquiridos a lo largo de años, la experiencia y los contactos desarrollados, y el ánimo de una idea innovadora que es, no nos olvidemos, el germen de todo proyecto empresarial.

Por favor, a todos los empresarios-emprendedores que han visto truncada su idea y con ella su empresa, debido a unas u otras razones, les recuerdo que el emprendimiento está en la cabeza y en el corazón de cada uno de ellos, que esa ilusión que les llevó a iniciar su primer negocio es necesaria para llevar a cabo un proceso de reforma social, para que nuestro tejido productivo renazca, para que la sociedad se ilusione de nuevo, para que se vuelvan a crear empresas. Ahora bien, lo que no deben olvidar es que nos encontramos en un cambio de época, y los medios, estructuras y planteamientos que eran válidos hace quince años, ya no lo son ahora. Es absolutamente necesaria una transformación en la mentalidad empresarial, un cambio de actitud y un empujón ético a los negocios. Son imprescindibles ideas y esfuerzo para reemprender.

Y no olvidemos que el fin de una empresa debe ser el comienzo de otra: de otra idea, de otro proyecto. Sólo así se puede entender y asumir la muerte de aquel negocio por el que se ha dado tanto en la vida sin un grave deterioro mental.

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